Su nuevo guía y también conductor de aquel coche, paró de repente el motor e invitó a Carmela a que saliera a tomar el fresco. No sabía como reaccionar cuando vio aquel paisaje, aquella casa tan grande y colorida. Su estado de ánimo cambió al instante cuando Ramón le invitó a entrar. Muchas de aquellas cosas le recordaban a su familia, a todo lo que hace menos de una semana decidió abandonar, por un momento se sintió bien, se sintió protegida.
Los niños parecían los protagonistas de ese gran jardín que en un lado de la casa brillaba. No paraban de saltar, de correr y de reirse, eran la alegría de la huerta. Al rededor de ellos, jóvenes de la edad de Carmela, unos veintipocos años más o menos. Aparte de los colores de la casa también destacaban los diversos colores de piel de todos los que allí se podían ver: oscuros de piel, mulatos, amarillos, blancos... las nacionalidades eran diversas y su forma de comunicarse el inglés y el castellano.
Ramón tomó a Carmela del hombro y le guió hacia la entrada de la casa, un "toc toc" en la puerta y al instante se abrió. Con los ojos como platos ella miró sin pestañear ni un segundo el interior. Por fuera era una casa enorme, pero por dentro... aun más. Escaleras de caracol a la izquierda y a la derecha que guiaban a una segunda planta con una gran barandilla, cuadros por todos lados, lámparas colgantes (a las que tenía miedo por si caían, por tantas películas que había visto), gente subiendo y bajando sin cesar, pero eso sí, el silencio por una vez, era palpable.
Quería gritar, saltar y reir como los niños que había afuera, sus ojos le delataban, . Ramón a la vez que le miraba y sonreía le dijo:
-Puede ser tu nuevo hogar temporal si es que quieres. Te dije que podría conseguirte un trabajo mejor, y aquí lo puedes tener. Esta casa era de mi bisabuela, hace muchos años que murió, ahora soy yo quien me encargo de que salga adelante. Tengo trabajo para tí aquí, y una habitación recientemente libre... ¿Qué decides?
Carmela no podía cambiar su expresión facial de asombro, se le había olvidado como se formaban las palabras... Por eso, Ramón dio por echo su silencio y le guió hacia las escaleras.
El flato pudo con ella al subir la escalera número veinte, llevaba mucho tiempo sin hacer ejercicio, el deporte era uno de sus hobbyes, pero lo tuvo que dejar. Sus problemas de pulmón por el paquete y medio diario de tabaco le habían destrozado por dentro, pero ella cada día que pasaba aún era más fuerte que el anterior, su vitalidad era indestructible.
lunes, 18 de mayo de 2009
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