jueves, 28 de mayo de 2009

Sin darse cuenta todavía de nada, Carmela intentaba mantener los párpados elevados en contra de la que parecía ser su voluntad. Pero no lo conseguía; había algo en ella que la mantenía atada y la atraía hacia una oscuridad pantanosa. Algo más poderoso aún que el sedante.

Su propia mente era un terreno vedado que parecía tener vida sobre la que ella no ejercía ningún control.

Ya no sentía la mitad de su cuerpo y la otra iba camino de quedarse en la misma situación, sin embargo, tampoco parecía preocuparle conforme pasaban los segundos. Toda la tensión y el temor, la inquietud que le provocaba aquel lugar se habían disuelto.

Se estaba quedando sin vida, como si algo la estuviera extrayendo al absorberla con una pajita, y ella no podía oponer resistencia. Simplemente le quedaba aceptarlo y despertar como otra persona diferente a la que se marchó de casa tras un impulso. O quizá nunca despertaría. No sabía nada.

Lo único que le llamaba la atención, de vez en cuando, eran las imágenes que se proyectaban en su cabeza sin saber qué las causaba. ¿Sería el líquido? ¿Talvez el sedante? ¿Sería su propia ensoñación? Era poco probable, pues veía la vida de alguien pasando ante sus ojos, igual a lo que dicen que se ve en los momentos previos a una muerte. Era la vida de otra persona y no la suya, ni siquiera conocía la mayor parte de los lugares que pasaban a tan alta velocidad.

Contrariamente a lo que habría pensado antes de llegar a aquel sitio, tampoco le inquietaba cuanto veía. De hecho, eran muchos los momentos en los que parecía abrumada por sensaciones agradables dependiendo de las imágenes. No siempre, no con todas, pero sí se había producido un notable cambio en su interior.

La única explicación posible era que ya no fuese Carmela.

No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, ni en qué condiciones estaba, pero le había empezado a llegar un olor dulzón al tiempo que el sonido unas voces cada vez más cercanas. No atinaba a escuchar qué decían, si bien enseguida alguien le dio unos suaves golpes en el hombro.

Intentó moverse y de pronto pudo hacerlo, como si las cadenas invisibles que la ataban hubiesen desaparecido. ¿Había estado libre todo el tiempo? ¿Podría haber salido corriendo y escapado de allí? ¿Acaso quería irse? No sabía bien qué pensar, ni si estaba intentándolo tampoco, era como si su cerebro fuese a una velocidad de infarto imposible de controlar. Era incapaz de focalizar en nada, hasta que abrió los ojos.

Delante de ella había dos hombres. Poco tardó en encontrar también a Ramón, quien no tuvo ningún tipo de reparo en sentarse al borde de la destartalada cama en la que ella se encontraba.

-¿A que ahora estás mejor? –su voz sonaba tan absurdamente relajada, que la antigua Carmela lo habría abofeteado-. Tienes mejor aspecto.

¿Lo tenía? No se había visto, pero le daba igual. Se encontraba bien.

-Estoy bien, gracias.
-Eso es lo que cuenta.
-Sí, gracias.

Todos allí esbozaban sonrisas extrañas, aunque Carmela no los apreciaba ya como un peligro. No tenía un filtro ni un radar de peligrosidad, ya no, porque no había nada. Ella no existía, ni se movía, algo lo hacía por ella. Se había convertido en otra de sus marionetas.

-Tenemos que preguntarte algo –continuó hablando Ramón-. Es muy importante porque queremos lo mejor para ti. Lo sabes, ¿verdad?
-Sí, muy bien –contestó, automáticamente.
-¿Te quedas con nosotros?

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