jueves, 4 de junio de 2009

Los días parecían interminables cuando no podías hacer nada más que coser ropa diminuta.

Cada día, cada hora, cada minuto que pasaba despierta le obligaban a coser, no era de extrañar que se estuviera volviendo loca a pasos agigantados. La peor parte venía cuando tenía que tomar medidas a los niños, la que ella pensó en principio que sería la parte más amena de su esclavitud resultó ser un auténtico infierno. Los niños resultaron ser una especie de dictadores diminutos y no obedecían a nadie excepto a Ramón.

Además algunos de ellos eran realmente inquietantes, Epsilon en ocasiones contestaba a sus preguntas incluso antes de que las formulara, Lambda le decía cosas terribles de su pasado y errores que había cometido solo para torturarla, secretos que solo ella conocía y que jamás había revelado.

Eso sumado a otros misterios que ocurrían en la casa le hacía plantearse a diario su salud mental. Al principio intentó hablarlo con las demás mujeres pero no solo la ignoraban si no que acabaron por marginarla. Parecía que realmente disfrutaban cosiendo y produciendo hijos como si de maquinas se tratara.

Los partos eran por cesárea y las madres jamás sabían cuales eran sus hijos. Esto cumplía una doble función, evitaba que los niños y las madres se encariñaran y obligaban a las mujeres a tratar bien a todos los niños y no herirlos bajo ninguna circunstancia porque podían ser hijos suyos.

Parecía además que su única aspiración en la vida era hacerle la vida más agradable a la hortera mujer de pelo rosa y cumplir con todos los objetivos que esta imponía. En las dos ocasiones que intento hablarlas sobre una huída la miraron como si hubiera perdido el juicio o no supiera lo que decía.

Todo esto, sumado a las sonrisas constantes y al colorido sobresaturado de las habitaciones y muebles hacía que todo el lugar tomara un cariz macabro.

Debía salir de allí cuanto antes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario