domingo, 7 de junio de 2009

Era la ocasión idónea para escapar de aquel lugar infecto digno de una película de ciencia ficción. Debía actuar con cautela a pesar de encontrarse todavía bajo el influjo de una de aquellas inyecciones de positividad que, sistemáticamente, le eran suministradas a diario, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, transformándola, al menos exteriormente, en una marioneta al servicio de mentes depravadas, tal y como se había sentido en su vida anterior al repetino viaje que la había conducido hasta donde ahora se encontraba.

Una vez aniquilado el causante de sus traumas, su tío Jaime, el cual había abusado de ella hasta bien entrada la adolescencia, debía reponerse a las circunstancias y actuar de forma precisa, controlando cada uno de sus movimientos.

Tanto la coordinadora excéntrica de pelo rosa, como las mujeres que no paraban de trabajar y procrear a un tiempo, estaban ahora distraídas tratando de realizar un torniquete en la vena yugular seccionada por los dientes de Carmela, valiéndose de la diminuta ropa que cosían sin cesar.

La sangre salía a borbotones del cuello inundando la habitación, poco a poco se iba formando un gran charco alrededor del yaciente cuerpo de Jaime.
Mientras las mujeres gritaban inútilmente ante el cadáver inmóvil, Carmela aprovechaba el momento para huir hacia una de las puertas traseras, que tiempo atrás había localizado en una maniobra de inteligencia y previsión de futuro.

Pero la huida no sería tan sencilla, la puerta estaba cerrada con llave. No había tiempo de buscar otra manera de escapar. Debía buscar una solución rápida, antes de que se percataran de su ausencia y fuera demasiado tarde. Observando su alrededor histéricamente descubrió una aguja en el suelo, quizá aún había lugar para la esperanza.

En un alarde digno de MacGyver dobló la aguja hasta hacerla encajar en la cerradura, con un leve movimiento de muñeca hizo presión hasta que la puerta cedió y se abrió ante sus ojos.
La perplejidad inundaba todo su ser, jamás se hubiera imaginado, ni en la más remota circunstancia, que podría encontrarse en una aventura así, escapando de la muerte.

Corrió cuanto pudo atravesando el campo que circundaba la enorme casa, sin pensar en nada excepto en salvar la vida; también daba gracias a la televisión por haber demostrado su utilidad en un momento como aquél. Sus pasos eran cada vez más largos y apresurados, dentro de poco volvería a ser libre.

De pronto, sintió un fuerte golpe en la nuca. El destino volvía a jugar en su contra, todavía no era el momento de Carmela.




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